viernes, junio 30, 2006

(05) Dos hombres y una mujer

Especifiaciones:
Imaginar tres personajes de diferente personalidad y enfrentarlos en un ambiente neutro, como un autobús, una oficina, etc.

Dos hombres y una mujer suben al autobús en dirección al centro de la ciudad. Son amigos, o tal vez sólo simulan o creen serlo pero, acaso ¿no es la vida una pura simulación basada en suposiciones, las más de las veces falsas?
-Ayer Felipe y yo estuvimos en la montaña –comenta Carmen con calculada indiferencia- fue fantástico, los dos alcanzamos la cumbre del Veleta a la vez…
-¿Fantástico? ¿Qué tiene de fantástico subir al Veleta? yo lo he hecho cientos de veces –replicó Julio mirándola con intensidad a los ojos.
-Hizo un día soleado –explicó Carmen, sin darse por enterada-, la nieve cubría la hierba y el camino serpenteaba hasta la cumbre bajo un cielo increíblemente azul. Además, Felipe tuvo un gesto que me conmovió. No sabia que fuese tan buen amigo.
-A ver si lo entiendo -se sorprendió o hizo como que se sorprendía Julio- ¿me estás diciendo que el camino sólo serpenteaba ayer? ¿Qué Felipe es un buen amigo y hasta que llegó a conmoverte?
-No sigas por ahí que te conozco -terció Felipe en tono que quería parecer humorístico -ya sabemos que eres un envidioso compulsivo y, además, estás celoso.
-Lo de envidioso compulsivo te lo voy a aceptar, pero lo de celoso me lo vas a tener que explicar. Celoso ¿de qué?
Carmen intervino, súbitamente alarmada por el cariz que estaba tomando la conversación que ella había comenzado.
Pues sí, estoy de acuerdo con Felipe en que estás celoso, y te voy a decir de qué:
-Adelante.
-Pues estás celoso de que él sea mejor amigo que tú y te lo voy a demostrar si me dejas terminar el relato.
-¿Relato, dices? ¿Qué relato? A sí, el que demuestra que Felipe es mejor amigo que yo. Continua, estoy ansioso por oírlo.
-Déjalo, no merece la pena -intervino Felipe que ya había abandonado todo atisbo de buenas maneras- a la gente como él sólo le interesa criticar a los demás.
-No puedo estar más de acuerdo contigo, pero aún así quiero contárselo para que vea a lo que me refiero, y pueda comparar entre la conducta de un buen amigo y la de otro que sólo dice que lo es.
-Vamos Felipe, déjala, no sé que es lo que temes si al parecer va a contar una gesta tuya, una demostración irrefutable de tu inalcanzable excelencia como amigo.
-No, si a mí me da igual, se lo digo para que no pierda el tiempo. Conociéndote, estoy seguro que encontrarás algún motivo de crítica.
-Vamos, continúa Carmen, no ves que no hacéis sino aumentar mi curiosidad con tanta palabrería. Prometo estar callado hasta el final.
-Vaya, al fin has dicho algo sensato -suspiró Carmen sacudiendo el pelo y clavando sus ojos en los de Julio hasta hacerle perder el sentido de la realidad.
-Pues resulta –comenzó Carmen- que a 50 metros de la cumbre, me entró la pájara y me quedé clavada sin poder dar un paso. Felipe siguió caminando tan fresco, pero cuando ya estaba a punto de coronar la cumbre en solitario, se detiene, se vuelve hacia mí y me hace una señal con la mano.
Yo, sorprendida y emocionada por este gesto de amistad que no esperaba, hago acopio de mis últimas fuerzas y, milagrosamente, consigo llegar a su altura. Y entonces, sin decir palabra, los dos a la vez, damos los tres últimos pasos que nos separan de la cumbre.
Y eso fue todo. Ya sé que tú no puedes entender ciertas cosas, Julio, y no te culpo por ello. Sencillamente de tí nunca habría salido algo así.
Julio permaneció mirando al suelo durante un largo rato, como si hubiese sido herido por un rayo invisible.
-Y bien ¿Qué tienes que decir ahora? -le espetó Felipe, seguro ya de su victoria moral.
-Si, eso, ¿Qué crítica vas a hacer ahora? secundó Carmen, sorprendida y asustada de haber llegado tan lejos.
-La verdad es que me lo has puesto muy fácil, Felipe. Sabía que eras rastrero y traidor, pero ahora sé que además careces de escrúpulos y no dudas en utilizar los trucos más viejos y abyectos para salirte con la tuya.
-Explícate, -exigió Carmen indignada y temerosa a un tiempo por las palabras de Julio.
-Si explícate, se sumó Felipe en tono lastimero.
-Pues es muy fácil de entender Carmen. Al actuar así te ha demostrado, en primer lugar que es todo un tío, un macho fuerte y saludable que podrá defenderte y darte hijos sanos que colmen tu instinto de procreación.
Luego, cumplido este primer objetivo, te ha tendido la mano para rescatarte de tu derrota, y lo ha hecho para demostrarte que es generoso y que puedes contar con él para que cargue contigo durante toda su vida, después de que hayas perdido el atractivo y sólo puedas ofrecerle una prole de hijos insufribles a los que tendrá que mantener. A eso se le llama explotar el instinto maternal.
Naturalmente, y ahí está su bajeza, sólo trataba de convencerte durante el tiempo suficiente para sumarte a sus trofeos de depredador ¿una semana?, ¿dos tal vez? ¿Cual es el plazo que te has fijado, Felipe?
-¿Sabias que eres un cerdo? tienes el raro talento de tergiversar todo lo que entra en tu cabeza podrida y vomitarlo a la cara de los demás. Pero no creas que voy a ponerme a tu nivel, no. Eres tú el farsante y voy a desenmascararte ahora mismo, delante de Carmen.
Contéstame a esto: Si yo actué mal, ¿qué hubieras hecho tú en mi lugar?
-¿Me preguntas qué hubiera hecho yo?
Lo que he hecho cada una de los cientos de ocasiones que he subido al Veleta con Carmen: simular que le disputo el honor de llegar el primero a la cumbre y dejarla ganar la mitad de las veces.
-¿Y por qué lo haces? ¿Cuál es tu estrategia listillo? ¿Cuál tu premio?
-¿Mi premio dices? ¿Aún no lo has entendido? Mi premio es ella, verla reír de felicidad, sentir como la victoria exalta su espíritu vigoroso, oírla gritar entre carcajadas que soy un flojo, que no puedo con una mujer, verla revolcarse por la nieve, mientras proclama al cielo su victoria, mientras me arroja todo lo que tiene a mano, ese es mi único premio.
-¿Es cierto eso Carmen? Felipe supo, demasiado tarde, que no tenía que haber hecho aquella pregunta al ver que de los ojos grandes, negros e insoportablemente hermosos de Carmen había escapado una ardiente lágrima que se deslizaba por su mejilla en dirección a la boca.

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