lunes, julio 10, 2006

(06) Resurección

Especificaciones:
Escribir un relato sobre un héroe, una persona que es sacada de su entorno habitual para emprender una aventura inusitada.


-Antes de nada quiero serle sincero, profesor Oconor.
-Se lo ruego.
-He oído a muchos colegas hablar de usted y de su proyecto Resurrección.
Martín hizo una pausa calculada para sorprender en los inexpresivos ojos del profesor Oconor alguna sombra de vanidad, pero fue inútil y tuvo que retomar la palabra, sin conseguirlo.
-El mundo científico está dividido en dos bandos, profesor: los que creen que es usted un genio incomprendido y los que piensan que sólo es un farsante.
-Y usted pertenece al grupo…
-Dispénseme de contestar a esa pregunta. Creo que ya sabe la respuesta.
- Cierto. Conozco la respuesta y por eso no acierto a comprender su presencia aquí. Como recordará, doctor Martin, ya hace dos años que rechazó categóricamente mi oferta para unirse al proyecto Resurrección y hoy, por sorpresa y sin haber sido invitado, se ha presentado en mi despacho.
-Así es, profesor Oconor, y creo que le debo una explicación.
-En modo alguno, -le cortó secamente Oconor-, sus razones son sólo suyas y mi tiempo es demasiado valioso. Le ruego que concluya.
Martín no pareció oír las últimas palabras de Oconor, ni el tono cortante con el que las había pronunciado. Había caído en un largo silencio, mientras trataba de buscar una explicación coherente a partir de los restos del naufragio en que se había convertido su vida.
Cuando, finalmente comenzó a hablar, lo hizo con voz neutra y con la mirada perdida, como si recitase una fórmula ritual que ni el mismo comprendiera.
-Teníamos un hijo que era el centro de nuestras vidas. Mi esposa Marta y yo nunca habíamos sido tan felices, pero algo espantoso ocurrió. Hace ya seis meses, Martin, nuestro hijo, empezó a quejarse de un dolor en la cadera. No le dimos importancia al principio, pero pronto se hizo evidente que se trataba de algo serio.
Le diagnosticaron una neoplasia que devoró su vida y la nuestra en solo tres meses. En la locura del dolor y de la desesperación, Marta me hizo prometer que haría cualquier cosa por devolver la vida a Martin. ¡Cualquier cosa! Esas fueron sus palabras exactas mientras me miraba con los ojos arrasados en lágrimas y me aferraba la cabeza entre sus manos temblorosas.
Ya se que no tiene sentido, profesor, pero ahora, al venir aquí, estoy cumpliendo aquella promesa. Martin enmudeció justo a tiempo de evitar que la emoción quebrase su voz.
-Créame si le digo que comprendo su dolor, doctor Martin.
También yo he sufrido la perdida de mi esposa. Fue precisamente esa experiencia el origen de todo. No pude, no quise aceptarlo. Me revelé, estuve durante un año bordeando la locura, revisando una y otra vez todas las posibilidades, todas las opciones y, finalmente, encontré una vía, un tortuoso camino que me permitiera traer a mi esposa de nuevo a mi lado. Y entonces surgió el proyecto Resurrección.
El doctor Martín hizo un gran esfuerzo para regresar a la realidad y darle algún sentido a aquella entrevista con un chiflado que hablaba en serio de resucitar a los muertos, pero por el que ahora profesaba una inesperada simpatía.
-Esta bien, -intervino Martin, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos- Dejemos nuestros sentimientos personales a un lado, profesor, y hablemos de lo que me ha traído aquí. ¿Cómo piensa traer a la vida a los muertos y cual sería mi papel en todo esto?
-Supongo, doctor Martin que está al corriente de los últimos avances en las técnicas de clonación humana.
-Así es, profesor. Ya exploré esa posibilidad. Conozco lo suficiente para saber que con esas técnicas sólo se podría crear una copia física del cuerpo de Martin, pero sólo sería un clon fisiológico, sin recuerdos compartidos y sin la personalidad de mi hijo fallecido. No soportaría la presencia de una persona que se pareciera a Martin pero que no fuera él. Sería una burla macabra. Y si es eso todo lo que tiene que ofrecerme, creo que he perdido mi tiempo y el suyo. Disculpe las molestias profesor.
Martin ya había comenzado a levantarse cuando sintió una mano que se apoyaba con suavidad en su hombro y lo devolvía al asiento.
-Aun no he terminado, doctor Martin. Oconor estaba de pie, frente a él, mirándole con curiosidad y afecto, casi como si fuera un hijo adolescente.
-¿No me ira a decir, profesor, que ha descubierto la forma de rescatar las almas del infierno? –Se defendió Martin tratando de liberarse del sortilegio que parecía emanar de la voz tranquila y segura de su interlocutor.
Oconor pareció no haber oído el último sarcasmo de Martin.
-Contésteme a esto, doctor: Si yo hiciera entrar aquí a una persona que se pareciese extraordinariamente a su hijo fallecido, ¿podría usted identificar, sin lugar a dudas, si se trata de una falsificación? ¿Si es un vulgar clon o es realmente su hijo?
-Naturalmente que podría hacerlo. Me bastaría con hablar durante un par de minutos con él para saberlo sin ningún género de dudas.
-Bien. Eso es lo que esperaba oír. Ahora, dígame doctor Martin, ¿como cree que podría saberlo con tanta seguridad?
Martin meditó durante unos segundos.
-Dígamelo usted profesor. Yo sólo soy un ingeniero. No conozco la respuesta a ese tipo de preguntas.
-Por supuesto. Contaba con ello, pero quería alertarlo para que dedicara toda su atención a lo que voy a decirle:
Usted, doctor Martin, puede identificar a su hijo Martin, más allá de la apariencia física, porque en su mente existe una copia perfecta de la personalidad de su hijo. Una copia que se ha ido fraguando a lo largo de los años de convivencia con él y que permanece viva, insertada en su propia conciencia y formando parte de ella. Por decirlo gráficamente, usted posee en su cerebro una impronta precisa y detallada de la personalidad de su hijo y ninguna falsificación podría ser lo suficientemente buena para encajar en esa impronta, en esa huella.
- Pero hay más, -prosiguió el profesor Oconor clavando sus ojos en los de Martin- Su esposa Marta, como madre, posee otra impronta diferente, pero igualmente auténtica y aun más detallada y rica de la personalidad de su hijo. Su esposa y usted, doctor Martin, tienen, sin saberlo, la llave que nos permitirá devolver a su hijo al mundo de los vivos. Nos bastará combinar ambas improntas para obtener la mente original y autentica de su hijo.
Martín, sintió súbitamente la garganta seca y un incontrolable temblor en las manos. La intensidad de la mirada del profesor Oconor mientras le decía las últimas palabras consiguió hacerle creer, por un momento, en lo que le estaba diciendo.
Un tanto avergonzado por su fugaz debilidad, contraataco, recordándose a sí mismo que tenía ante sí a un hábil embaucador.
-Esta bien, doctor. Admitamos, por un momento, que su teoría es correcta. Aun así, todavía no he oído ni una sola palabra de cómo piensa resucitar a mi hijo.
El profesor Oconor, dio unos pasos hacia su mesa pero, súbitamente, giro sobre sí mismo y se dirigió directamente hacia él. Se inclinó y apoyando sus manos en los hombros de Martin, le miró fijamente a los ojos y le dijo con un tono que no admitía dudas: Ahí es precisamente donde entra usted, querido amigo.
-¿Espera usted que yo le proporciona la clave del enigma? Creo que se ha equivocado de persona profesor. Mis conocimientos se limitan casi exclusivamente a la computación cuantica y no creo que haya nada más alejado de lo que está buscando.
-Es usted quien se equivoca ahora doctor. Conozco perfectamente su trabajo y lo sigo desde hace años con sumo interés. Sé que está a punto de conseguirlo.
-Conseguir ¿Qué?
-Conseguir un computador cuantico con capacidad suficiente para fusionar la información que existe en su mente y la de su esposa para crear la otra parte del molde, la llave que encaja en la cerradura. La mente de su hijo, en suma.
-Pero… esto es técnicamente imposible, -balbuceó Martin sintiendo que en su conciencia se abría un abismo del que surgía la luz cegadora de la esperanza perdida.
- Lo era, doctor Martin, lo era. Su presencia aquí, la promesa que hizo a su esposa ante su hijo moribundo, lo ha hecho posible. Estoy convencido de que su talento y su deseo de recuperar a su hijo harán el milagro que yo solamente podía vislumbrar. Ahora ya lo sabe. Todo está en sus manos. ¿Puedo contar con usted, doctor Martin?
Martin, anonadado y sintiendo en su propio cuerpo la sensación liberadora de la esperanza, sólo tuvo fuerzas para farfullar unas inaudibles palabras:
-¿Cuándo empezamos profesor?

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